Todavía pocos lo saben, pero en el norte argentino existe un camino de peregrinación inspirado en el milenario Camino de Santiago de Compostela (España) y en el Camino da Fe, que conduce hasta el santuario de Nuestra Señora Aparecida en el estado de San Pablo (Brasil). Se trata del Camino a Salta, creado para dar apoyo e infraestructura a quienes desean llegar a pie a través de una vía señalizada desde San Salvador de Jujuy hasta la Virgen del Cerro en la ciudad de Salta.
El circuito completo de 123 kilómetros fue creado en 2015 por Silvina Bustos Picot y Diego Salmoyraghi en honor a Juana, su pequeña hija fallecida. Silvina cuenta que su marido encontró algo de consuelo durante su duelo mientras peregrinaba en Brasil y eso los motivó a pensar en abrir un camino en la Argentina.
Se reunieron con María Livia Galliano, la mujer que desde 1990 dice que ve y escucha a la Virgen María, y que por entonces convocaba a miles de fieles a la ermita del salteño barrio Tres Cerritos.
Con ayuda de un mapa, la pareja trazó y señalizó con flechas amarillas la ruta por senderos a más de 1.300 metros de altura entre yungas, cornisas, diques y bosques e invitó a los pobladores a ofrecer alojamiento, comida y traslado de equipaje.
Uno de los primeros en entusiasmarse fue Darío Zambrano, el guía de montaña que hoy acompaña a la mayoría de los grupos que llegan de distintos puntos del país.
“Se va difundiendo de boca en boca. No es un emprendimiento turístico; no vendemos nada. Queremos que puedan ir más y que cada uno lo haga con la libertad del peregrino”, asegura Silvina.
El año pasado, lo recorrieron 263 personas y el número crece cada año. La mayoría lo realiza completo, en cinco o seis días, caminando unos 20 kilómetros en siete u ocho horas diarias por sitios que, en su mayoría, no están explotados turísticamente.
En 2018, llegaba un grupo de 15 personas por mes. La mayoría mujeres de entre 40 y 50 años. En el 2019, uno por semana. Este año ya hay diez grupos confirmados hasta junio y otros ocho para el segundo semestre.
Lo interesante es que los prestadores rurales empezaron de cero, ofreciendo una cama y un plato de comida. Eso generó desarrollo. Hoy trabajan 27 familias en la ruta que une a 17 comunidades de las dos provincias. Ahora se está evaluando la ampliación del camino por la Quebrada de Humahuaca, partiendo desde Tilcara.
Día por día
En la última Semana Santa, nueve personas iniciamos, con distintas motivaciones y ganas, el camino a Salta desde Los Paños, un paraje rural del sur de la capital jujeña al que se llega por la RP2. Por una cuestión de tiempo, arrancamos en el tramo siguiente al kilómetro 0, marcado en la catedral de San Salvador.
Bajo la guía de Zambrano, partimos desde El Paraíso, la sencilla casa de Elsa Moya en el km 18 que cuenta con una habitación para 20 personas con baño compartido y sin agua potable.
Elsa se siente una “servidora” para los peregrinos. Prepara una comida exquisita y bendice el dinero que recibe agradeciendo a la “mamita”, la Virgen del Cerro, cuya imagen tiene en una pequeña gruta.
“En el camino se siente mucha paz, comenzás a dejar tu carga, las emociones feas, a sentir más tranquilidad, llorás y agradecés. Todos vienen con un por qué”, anticipa. Muchos peregrinos son católicos, pero otros se acercan en búsquedas personales, momentos especiales de su vida, sin distinción de religión.
Desde la Edad Media, las peregrinaciones son una forma de conexión con lo sagrado, encienden motores espirituales o de conciencia. Partimos después de que Moya firmó nuestro pasaporte peregrino que, al igual que en Santiago, se entrega en cada parada para dejar constancia del caminar. En el futuro, servirá para obtener un certificado al estilo de la Compostela.
Día 1. (14 kilómetros)
Comenzamos a andar en dirección a San Antonio tomando por el antiguo Camino Real, que unía el Cabildo de Jujuy con el de Salta, el mismo que conectaba al virreinato del Alto Perú con el del Río de la Plata. Impacta pensar que por ese mismo camino ocurrió el éxodo jujeño y que por esas tierras reconquistadas a los realistas transitó Manuel Belgrano. Paramos en el monolito recientemente inaugurado que recuerda nuestro pasado común y continuamos en dirección a las principales cuencas hídricas que riegan las zonas productivas. Vemos tunales y campos con tabaco; esquivamos pedregosos ríos crecidos.
En el camping El Carril nos espera Ercilia Alvares con el almuerzo: “pique a lo macho”, una delicia boliviana. Al final del día entramos al pintoresco San Antonio, de vestigios coloniales, antigua aduana y posta. Ada y Mario Nass, pioneros en el Camino, nos reciben con una gran merienda en la Casa de los Sabores. “Éramos los únicos en San Antonio que dábamos servicio de comida”, recuerda Mario.
El hombre asegura que el camino ha generado movimiento y prosperidad en la zona y que de a poco la gente se anima a ofrecer servicios. “A veces se compara con el Camino de Santiago, pero esto es algo totalmente distinto. Acá recién comienza. pero va mejorando con los años”, piensa Nass.
La sensación es que en cada lugar nos agasajan como se hace con los amigos que llegan desde lejos. “Espero que encuentren lo que vienen a buscar”, nos dice Ada al partir. Igual que en la vida, el camino está lleno de encuentros y despedidas.
Día 2. (20 kilómetros)
Retomamos el antiguo Camino Real hasta la próxima parada en el paraje Dique La Ciénaga. La zona de diques es muy bonita. Nos detenemos a escuchar los sonidos de la naturaleza.
Al cruzar la ciudad de El Carmen paramos en el puesto 5 La Pionera a probar buñuelos calientes con api, una bebida energizante a base de maíz morado, limón, clavo de olor y azúcar. Seguimos. Conversamos con uno, con otro. A veces vamos solos y en ciertos momentos a algunos les da por llorar. Nos damos cuenta de que al caminar en compañía, cobra fuerza la comunión, la idea de dar y recibir. Sin otros no hay camino. Una metáfora de la vida.
Almorzamos en lo de Azucena, un emprendimiento de turismo rural en el Dique La Ciénaga. Cuesta levantarse, pero allá vamos.
Después de varias horas, descansamos en el parador El Balcón, en el Dique Las Maderas, adonde pasaremos la noche. Elongamos con una vista preciosa y algunos sumergen los pies en agua con sal. Oscar Soto, el anfitrión, cuenta que sacó un préstamo para mejorar las instalaciones que hoy lucen impecables. Dice que con su mujer Delia están felices de recibir a los caminantes.
Día 3. (32 kilómetros)
El tercer día está marcado como el más bravo. Nos esperan 32 kilómetros de caminata, cruzando el límite interprovincial. Salimos temprano y comenzamos a andar por el perilago del dique Las Maderas. Al mediodía ya nos espera la cocinera Roxana Urzagasti en Abra Santa Laura, aún en Jujuy. “Viene gente de todos lados con su alegría o dolor o vienen a conocer la provincia. Es un orgullo ser parte del Camino”, dice.
Juntamos fuerzas para continuar. Tenemos muchas horas por delante. Nos internamos en la selva de montaña, en las yungas y en el camino escénico de cornisa, estrecho y zigzagueante.
Nos acompañan cientos de mariposas de colores. Por suerte, todavía abundan. Al final del día, con unas gotas de lluvia y muy cansados, llegamos a la posada El Fortín, en el Dique Campo Alegre. Comentamos que caminar se parece un poco a meditar, a ir hacia adentro.
Día 4. (23 kilómetros)
El penúltimo día retomamos el mismo camino de Belgrano. Imposible sustraerse a la imagen del prócer haciendo patria por allí. Llegamos a La Caldera, un pueblo colonial. Entramos a la iglesia Virgen del Rosario del siglo XVIII, que alguna vez pisó Mama Antula, la primera santa argentina. El camino es una fuente de historias.
Almorzamos una napolitana de calabaza en lo de Matías Simón. Más adelante cruzamos a pie el río La Caldera y, a la noche, después de merendar en la finca de los Álvarez, parte del grupo atraviesa bajo las estrellas el torrentoso río Vaqueros. Al final del día nos alojamos en Terra Sognatta en Vaqueros, y celebramos la última cena con un balance emotivo.
“Me despojé de todo tipo de confort y me metí de lleno en un paraíso increíble”, dice Astrid Hammar, una de las caminantes. “Inmersa en una naturaleza gloriosa, llegué no solo a la Virgen del Cerro sino a la paz que se logra cuando armonizás lo esencial: la naturaleza y la espiritualidad”, piensa.
Coincidimos en que el deseo de caminar tiene que ver con la perspectiva que se alcanza al andar. Mercedes Demmel, otra peregrina, dice que la experiencia superó sus expectativas. “Se siente la mano de Dios cuando uno se vuelve humilde frente a la maravilla de la creación reflejada en la naturaleza y las personas que nos acompañaron y recibieron”, piensa.
Día 5. (14 kilómetros)
Al día siguiente, con un sol radiante, emprendimos el tramo final al costado de la RN9. Ya al pie del cerro iniciamos el dificultoso sendero de ascenso hasta el santuario. El cuerpo ya no duele. Llegamos.
Fuente: La Nación